Mencionada por:
Rodrigo Olay
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Bio-bibliografía
Martha Asunción Alonso (Madrid, 1986) es licenciada en Filología Francesa y titular de un máster en Historia del Arte. Como docente en secundaria y en la universidad, ha residido en diferentes destinos de la Francia hexagonal, la Francia de ultramar y el Canadá francófono.
Su poesía ha recibido distinciones como el VII Premio de Poesía Joven de RNE, el Premio Adonáis o el Premio Nacional de Poesía Joven ''Miguel Hernández'', otorgado por el Ministerio de Cultura. Es autora de los libros de poemas Wendy (Pre-Textos, 2015), Skinny Cap (Libros de la Herida, 2014), La soledad criolla (RIALP, 2013) o Detener la primavera (Hiperión, 2011), entre otros.
Poética
GAJOS DEL OFICIO (fragmento) #ArsPoetica
(…)
Me
invitaron a hablarles de literatura a alumnos conflictivos de un centro de
educación compensatoria. Me propuse convencer a aquella legión de mascachicles
con auriculares de que escribir servía para volvernos más fuertes, para echar
menos de menos, para no olvidar (o bien para fabricarnos recuerdos mejores),
para hacernos perdonar (y perdonar), para querer mejor de lo que a veces
queremos, para enamorar… Servía, vamos. Cuando llegó el turno de preguntas, lo cierto
es que me hicieron muchas, todas muy interesantes: si tenía Tuenti, si quería cacho, si fumaba
porros y si era bollera.
(De Wendy)
Poemas
MUTACIONES POÉTICAS
En mi familia no hay poetas.
Pero mi abuelo Gregorio,
cuando regaba el huerto en Belinchón,
se quedó tantas tardes
velando las acequias, murmurando:
No bebemos
el agua: es ella quien
nos bebe.
El agua
es
la mujer.
No, en mi familia no hay poetas.
Pero una vez, muy niña, encontré cáscaras
de huevo azul
a los pies del almendruco.
Se las mostré a mi padre y mi padre, silencioso,
me enseñó a hacerles un nido
con ramaje;
y me enseñó por qué: hay pedazos de vida
que son
sueños enteros.
En mi familia, os digo, no hay poetas.
Pero cuando mi bisabuela
Asunción
contempló por vez primera el mar
-la primera y la única-,
me cuentan que se quedó muy seria, muy callada,
durante un ancho rato, hasta que dijo:
Gracias
por
los ojos.
No sé de dónde salgo. En mi familia
no hay poetas
malos.
La belleza nos iba pisando los talones,
pero éramos fuertes:
ese don de sufrir lo innecesario.
Nantes. O diciembre, que llegó justo a tiempo.
Yo le rezaba al Loira,
yo le pedí el coraje de no rozar tus alas.
Dicen que aquel invierno fue el peor
del último siglo, los más ancianos
jamás habían visto
tanta nieve. Y que una mariposa
muere si la acaricias.
Hubo también plazas felices,
tardes como un milagro de sábanas al sol,
brindis con el mar dentro.
Y la isla. Cómo voy a olvidarme de la isla,
tu cuerpo, las gaviotas,
hermosísimo error. Y el polvo azul.
Nantes, o el deshielo.
O cómo la ternura
nos acabó pisando el corazón.
(De La soledad criolla)
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NOSTALGIAR
Plataneros meciendo
el corazón,
duendecillos de
mimbre en las estufas
y el abuelo que
vuelve de la mina
con pan de pajarines
y meruéndanos rojos
(rojos eran tus
labios cuando pescabas nubes,
de niño, por las
Veigas).
Nostalgiar.
Crepitar de mazorcas
en el horno.
Otoño en cucuruchos
de papel.
Esta niña no sabes el padrenuestro,
ni la tabla del cinco,
ni estar sola.
El príncipe soltero
del desván invisible.
Manchas chinas de
aceite sobre papel de estraza.
Nostalgiar.
Quiero, abuela,
hojaldres y una gripe,
cachorros callejeros
a los pies de mi cama:
volver, lavarme el
corazón con manzanilla.
Esta niña no sabe estar con nadie,
salirse de los cuadros del salón,
dibujar un sombrero… ni una boa.
(De Detener la primavera)
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